miércoles, 8 de febrero de 2017

Monseñor Romero, el hombre que entendió los signos de su tiempo. Por Sergio Alfredo Flores.







Mucho se ha escrito sobre la vida de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, sus actos de misericordia y el ofrecimiento de su vida en sacrificio por los pobres de siempre, a los que él llamaba sus hermanos. Su asesinato se convirtió en uno de los actos de intolerancia más insoportables conocidos en América Latina y sus asesinos aun continúan impunes, a tal grado que, al más importante actor intelectual de su asesinato, aun se le concede el derecho póstumo de erigirle monumentos, y el rebautizo solemne con su nombre, de calles y avenidas.

A pesar de esos esfuerzos, la alargada sombra de Monseñor Romero, ha oscurecido lentamente y de manera natural, los tallados monumentos y los discursos trillados y violentos del falso nacionalismo.

Monseñor Romero, además de haber sido el máximo jerarca, de la Iglesia Católica en El Salvador (1977-1980), y haberse convertido en la voz de los sin voz de los pobres y perseguidos; fue un hombre suficientemente despierto y con mente clara, para comprender las profundidades de la oscuridad en la que se encontraba inmerso un pueblo que había dormitado como un moribundo, a merced de la ambición de los grupos económicos de poder, que no escatimaban en nada, por conservar sus privilegios, cimentados en la expoliación y el establecimiento por medio del fraude, de regímenes criminales. Romero, Como cualquier ser humano mostró debilidades y miedo, sin embargo también, mostró en sus apologías públicas, ser un hombre profundamente atento a la tormentosa realidad, en la que había elegido acercarse al ojo del huracán. Desde esa perspectiva, él estaba claro que, por su autoridad como pastor del pueblo y representante de los oprimidos, vertiginosamente se había convertido en la antítesis o en el otro extremo, de la eterna lucha entre el bien y el mal.

A pesar de encontrarse en pugna, contra un Estado salvaje y dispuesto a matarlo en cualquier momento, frente a sus hermanos siempre mostró un rostro iluminado por la verdad que valientemente defendía. Los intelectuales progresistas de su tiempo, lo consideraron un hombre objetivo, que miraba y denunciaba la realidad, tal como era. Esa condición lo convirtió en un Ser transformado, profundamente  por su fe.  

Su grito libertario, que vehementemente soltaba al aire, desde la pequeña radiodifusora, rompía los ranting de audiencia y el pueblo permanecía, en un respetuoso silencio, mientras el guía espiritual de la nación, denunciaba y exigía a los asesinos de la ternura, que detuvieran el genocidio. Las diatribas de los grandes medios escritos, radiales y televisivos no se hicieron esperar; lo tildaron de loco, viejo retrasado, comunista, entre otros insultos; pero su mente despierta y libre de los condicionamientos del prestigio y los apegos personales, lo mantenía atento al sendero trazado, desde lo más profundo de su corazón. Era un hombre libre, y dispuesto a cumplir, como buen cristiano su apostolado.

Ante su clara determinación en defender a los pobres, fue abandonado por la curia de su tiempo, y de la cual recibía fuertes presiones, para que desistiera de seguir en su misión de amor. Y cuando parecía que todo estaba en su contra, para él todo se volvió claro, pues antes de ganar mil batallas, se había conquistado así mismo; ya no había miedo en su interior, solo  la infinita presencia del Cristo redentor.

Los asesinos escogieron el templo, para matarlo, querían dejar en claro a todos, que lo callarían para siempre; su bajísimo nivel de ignorancia no les hizo comprender, que asistirían a la inmolación del cordero, a la ofrenda en el altar.  Cuando la bala atravesó su pecho, su corazón ya se había hecho uno, con la totalidad de la suprema inteligencia. Murió como un profeta, cumpliendo la misión encomendada por el Dios de amor y misericordia.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero, entendió los signos de su tiempo. Los que lo mataron estaban obnubilados por el odio, sumergidos en un oscurantismo demencial. No comprendieron que con ese acto criminal, lo volverían inmortal.  






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