“La Cofradía
del Anillo”
¿Una propuesta
de Paz?
Por: Fredy Ramón Pacheco
Escritor
y poeta venezolano.
La novela del escritor salvadoreño Sergio Alfredo Flores Acevedo, abogado, ex fiscal auxiliar
del Fiscal General de la República en tiempos del presidente Francisco Flores, nos hace
un recuento espeluznante de lo vivido en ese terrible episodio, pero nos deja
muy claro en su epílogo que sólo revisando los hechos en un juicio imparcial,
desde la naturaleza humana, dándole prioridad fundamental a LAS VICTIMAS inocentes
del pueblo, no con los paños calientes de un “perdón” institucional, ni un
borrón y cuenta nueva, podremos alcanzar ese Estado de paz que todos añoramos
para seguir adelante sin miedo y sobre todo conscientes de que se hizo
justicia. Nada tranquiliza más el espíritu del ser humano que sentirse
redimido, liberado de esos karmas que nos llenan de angustia, rencor y
remordimiento. Y esto no se logra en nuestros sistemas democráticos sino
haciendo justicia y condenando a los culpables. Segunda Guerra Mundial, termina
en un armisticio, una especie de “amnistía”, pero se creó el Juicio de Núremberg,
se buscaron en todos los rincones del planeta a los criminales de guerra y se
llevaron a ese tribunal y se hizo justicia. Porque aquí tenemos un decreto de
amnistía muy sui géneris, salido de la euforia y las manifestaciones del perdón
cristiano en sus mandatos bíblicos, una respuesta desesperada, casi
inconsciente, a las angustias vividas, que esos criminales de guerra
aprovecharon muy inteligentemente para seguir viviendo la vida alegre sin ser sometidos...
y eso no nos deja vivir en paz, después que despertamos al día siguiente y
vemos el reguero de sangre inocente que acabó con miles de familias
salvadoreñas que NADA tuvieron que ver en
esa guerra; no participaron... y ni siquiera hablo de los que accidentalmente
fueron víctimas por una bala perdida, o estaban presentes en alguno de los
movimientos masivos, sino de aquellas víctimas que fueron a buscar a sus casas
o atacadas en cualquier lugar sólo porque no estaban de acuerdo con el régimen
de terror imperante. En la novela “La cofradía del anillo”, haciendo una fiel recreación
del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Sergio Acevedo identifica a los
que él llama “Los emisarios del Diablo”, mensajeros autores de ese crimen y de
un sin número de matanzas, utilizando las más terribles bestialidades,
inimaginables en la mente de cualquier ser humano. En su recorrido literario
nos muestra al desnudo esas “vitrinas de cadáveres” en que estos monstruos convirtieron
a El Salvador en esos días y no solo les bastó a los escuadrones de la muerte
el accionar durante el conflicto, sino que aún siguen en su danza de la muerte,
persiguiendo, ejecutando a los enemigos de aquel oprobioso régimen.
Es
de esta manera como nos narra Flores Acevedo, de cómo estos esbirros aún
persiguen a una organización de feligreses que adoran la santidad de Monseñor
Romero y que constituyeron una Cofradía para resguardar y defender las glorias
de este religioso que entregó su devoción al pueblo, en nombre de Dios.
Ya
es repetido en la voz popular y hasta en esferas de algunas instituciones que
“No hay paz sin justicia”, y a esto solo responden con evasivas quienes tienen
el poder de para convocarla y hacerla... por aquello de “el que esté libre de
culpas, que tire la primera piedra” y “el que no la debe no la teme”. Pero es
sencillo, todos queremos parecer decentes y tenemos justificaciones para la matancinga:
“aquí no ha pasado nada”. Bien. Aceptémoslo porque la verdad desde que se
pusieron de acuerdo en aquel pacto de “no agresión ahora hacer la Paz
democrática”, ha habido alrededor de los mismos 80 mil muertos (promediando las
estadísticas de unos y otros), pero “por culpa de las pandillas”. Este fenómeno
resulta ahora la mejor y más poli cromática forma de lavarse las manos como
Pilatos.
Sin
embargo, podemos sacar mecha y en base a los medios de que solo un uno por
ciento está a la Vista Publica, tendremos que preocuparnos por saber quién
asesinó realmente a los otros 79.200 salvadoreños que están en la parte ciega
de la Justicia... Y Flores Acevedo en su obra “La cofradía del anillo”, nos
deja en su epílogo una reflexión y un llamado cristiano, que debemos hacernos a
nuestras conciencias, para encontrar el verdadero camino a la paz: “Los sádicos
criminales que intelectual y directamente conformaron los escuadrones de la
muerte, aún no han sido juzgados; y algunos de ellos como es el caso de Roberto
D’Abuisson Arrieta, son considerados por los poderosos grupos oligárquicos y su
principal partido de derecha, como un símbolo de la defensa de sus encarnecidos
intereses. Por ello no han dudado en levantarle monumentos y promover la imagen
y su falso nacionalismo; manteniendo una organizada estrategia que detiene todo
intento legal para declararlo un infame asesino. Los responsables que
financiaron a los grupos de los energúmenos sicarios, duermen tranquilamente, y
sin remordimiento dan el beso de buenas noches a sus nietos. La cultura del
terror de Estado de la que fueron responsables en las turbulentas décadas de
los 70 y 80, ahora es un molestoso asunto del pasado, que solamente les generan
expectativas de incertidumbre, cuando los medios de comunicación levantan olas
noticiosas sobre juicios y condenas, a altos ex funcionarios del ejército por
tribunales extranjeros; pues el Salvador es el único paraíso de impunidad, que
les resguarda de ser llevados ante los tribunales de justicia, a responder por
los miles de asesinados y desaparecidos. A principios de la segunda década del
siglo XXI, El pueblo salvadoreño, enfrenta nuevamente otra envestida virolenta
sin precedentes, en la que el crimen organizado y el narcotráfico, como
producto natural de todo el proceso de descomposición que sufrió el país
durante la guerra, ha logrado penetrar la institucionalidad del Estado y
mantiene en jaque todo intento represivo para lograr frenar la avanzada del
terror, que golpea directamente a los pobres de siempre. La sociedad se
encuentra paralizada por el miedo generalizado... y el sendero histórico sigue cubierto
de cadáveres. La cultura del terror producto de los poderes fácticos y las bandas
de criminales que han tenido su escenario en las diferentes coyunturas de la
historia de la nación, han sido absorbidas por su propia onda expansiva. El
pueblo salvadoreño los ha enfrentado con heroísmo y dignidad y es innegable que
en un punto sin retorno este sufrido pueblo, dejará el miedo y tendrá que
enfrentarse nuevamente con los viejos antagonismos que subyacen en las
convulsiones del presente. Entonces veremos cómo se demuelen monumentos de la
vergüenza y se instaura un verdadero proceso reconciliatorio de toda la nación.
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