La Cofradía del Anillo por Sergio Alfredo Flores Acevedo. Este libro es de cosecha nacional. Un abogado
salvadoreño que decide aventurarse en las aguas siempre cálidas, siempre
peligrosas, de la literatura.
La historia nos lleva a un El Salvador, luego de algunos años de acabada
la guerra. Es decir, con las maras comenzando en su accionar, siendo
estas, todavía, grupos de muchachos que se dedican a reunirse y ver qué
sale para ese día. Esa es la época en la que se desarrolla la novela, es
decir, no hace mucho. Santiago Amaya es un fiscal auxiliar que se
dedica a las labores en la fiscalía general. Conserva aún los ideales
juveniles de trabajar por la justicia, que no ha sido nunca lo mismo que
trabajar por la ley, y comienza a sentirse decepcionado por el trabajo
burocrático, muchas veces entorpecedor, que la misma institución en la
que trabaja impone.
Un buen día, después de atender un par de casos comunes, se topa con un
señor que le dice que alguien lo quiere matar. Luego de llevar a cabo
las preguntas de rigor, Santiago se da cuenta de que en realidad, aquel
anciano más parece alguien que sufre de algún delirio senil que alguien
que realmente se encuentra en peligro. Sobre todo porque don Mario (que
así se llama el susodicho anciano), desconoce el nombre, el paradero o
las señas de la persona que intenta matarlo y solo sabe que intenta
matarlo desde los años ochenta (marzo de mil novecientos ochenta, para
ser más exactos). Como sea, Santiago opta por darle algunas palabras
conciliadoras, pero sabe, en su interior, que el viejecito no podía
estar hablando en sus cinco sentidos.
Algunos días más tarde, don Mario aparece muerto en una de las colonias
pobres de San Vicente (que es ahí en donde comienza toda la historia),
decapitado y con otros miembros esparcidos y además tiene un número
hecho con algún arma cortopunzante en su cuerpo, el número 61. Santiago
llega a la escena del crimen y se da cuenta de que la persona muerta es
el mismo don Mario que le había dicho que alguien lo quería matar. Luego
de las averiguaciones respectivas, dos cosas habían quedado como
hallazgos: la primera, que un par de mareros habían andado por ahí, con
que las sospechas recayeron en ellos; y la segunda, que la hija de don
Mario se llamaba Mélida Urbina Anaya.
Santiago se pone en contacto con Mélida y concertan una cita, pues
Mélida le quiere dar algunos datos sobre el asesino de su padre. Se
citan en un centro comercial, en donde ella le cuenta sobre la historia
del asesinato de Óscar Arnulfo Romero y de cómo un grupo de campesinos
se logran hacer con el anillo episcopal y juran guardarlo,
conviertiéndose pues, en "La cofradía del anillo".
El libro nos cuenta una historia lineal, en la que Santiago, el Sargento
de la Policía Nacional Civil Bracamonte y Mélida buscan
desesperadamente a El Emisario del Diablo, que es así como se le conocía
entre los cofrades una vez supieron de su existencia y de su misión, y
todas las pesquisas que llevan a cabo para darle cacería. Eso, claro, en
cuanto a la historia, en donde además se nos cuenta la forma en la que
los torturadores del tiempo de la guerra eran escogidos y
especializados, la lucha campesina, el surgimiento de los escuadrones de
la muerte y como las instituciones están supeditadas al poder… como
siempre.
Baste con decir que, entre otros detalles interesantes, el 61 estaba
escrito en la clave MURCIÉLAGO (en donde cada letra de la palabra
representa un número del 1 al 9 y el 0 en la O, con que el 61, tan común
entre las víctimas del emisario del diablo, eran las siglas EM, que
provenían de Escuadrón de la Muerte.
Santiago averigua todo esto porque un ex escuadronero se lo cuenta, uno
al que apodaban pilijay (vergudo en Náhuatl, según nos comenta el autor)
y asó logran casi capturarlo, pero él se las ingenia y se decide a ir
tras uno de los cofrades, mismo que en ese momento acompaña a Mélida.
Luego de enterarse, Santiago y el sargento Bracamonte van en busca de
Mélida y el cofrade, que para esos momentos, están prácticamente
luchando por su vida contra el emisario del diablo. Al llegar la policía
y Santiago, el Emisario del Diablo decide huir, pero finalmente,
viéndose atrapado, decide suicidarse, dando fin a una persecución de
décadas y dejando libre a los cofrades.
Hay que decir que la historia está bien contada, que el libro se lee por
demás rápido (son solo 141 páginas) y que pese a ser un libro más sobre
la guerra en el país (que de esos parece que son la gran mayoría de los
libros desde hace demasiado tiempo), es una historia bastante original.
Solo hay un pequeño reclamo que le tengo yo al autor, y es que los
diálogos del libro no parecen salvadoreños. Que son demasiado teatrales
como para convencernos de ser nuestros. Pero este tema se pasa por alto
una vez que uno se embebe en la historia.
Y pues nada, consígalo, que no es muy caro, apoye, POR FAVOR Y POR PIEDAD al escritor nacional y LEA, EL CONOCIMIENTO ES PODER.
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