sábado, 5 de octubre de 2019

En la patria del general Artigas. Por Sergio Flores







El tiempo es un eterno retorno a nosotros mismos.
Todo lo que sube, debe bajar,
toda la abundancia, debe convertirse en carestía y viceversa;
así funciona el mundo.
Todos somos viajeros,
algunos acaban de bajar de la escalinata,
que los conduce hacia la eterna lucha de las contradicciones;
otros están muy cercanos a terminar el viaje
para luego abordar el tren hacía el infinito.
Cada quien lleva su propio cargamento de tesoros y despojos.

Ayer en el suelo de mis ancestros
forjé el arado y dibujé surcos de colores,
en los vientres fértiles sembré mí esperanza fecunda.
En la hazaña de la vida fui fusil rebelde,
un sueño construido de espejos con brillo;
fui martillo, forja y acero,
constructor de un sendero
que me llevó a la definición de inconclusos derroteros.

La patria para todos,
se convirtió en una amalgama de dolor
y esperanzas retorcidas en barrigas cundidas de gritos.
Vi ríos inagotables de sangre,
la bala que atravesó el pecho
y el machete que cercenó las manos.
Oí las vociferaciones de los enanos,
subidos en los zancos del fraude.
Los símbolos del patriotismo
olían a carne podrida.

Se elevó la feroz tormenta,
el arado aún estaba hincado en el surco,
pan, miel, leche.
Pero nadie pudo detener el grito del desconsuelo
que con brutal violencia tocó a la puerta,
dolor, dolor, dolor,
entonces el desconcierto se convirtió en un huésped,
y escuche al ángel de la muerte,
que balbuceando me dijo - aún hay tiempo.

Todo era escombros.
Entonces alcé la vista hacia el lejano horizonte y
empaqué los sueños.
La amada mujer que pario mi prole,
en silencio esperaba la respuesta.
Sin vacilar, tomé con fuerza la mano del más pequeño,
he iniciamos el éxodo, hacia la incertidumbre del destierro. 

6300 kilómetros después
llegamos a la patria del general Artigas.
Boulevard Artigas,
plaza Artigas,
calle Artigas,
estación Artigas,
escuela Artigas,
departamento de Artigas.
En el tropezoso desembarco
volvimos hacia atrás y solamente se veían arder las naves.
Las manos estaban vacías.
En medio de la desolación
un coronel artiguista llegó al encuentro,
sonrisa profundamente fraterna,
brazo fuertemente solidario.
Seguidamente el verbo de la esperanza
se materializó en muchas manos abundantes de amor.

La patria del general Artigas
tiene olor a frambuesas,
sabe a dulce de leche,
como adolescente caprichosa
llora a cantaros,
luego se calienta
y sin previo aviso, se vuelve fría
hasta paralizar los huesos.
Aunque habla español,
al desvergue, le dice quilombo,
al cipote le dice guris,
a septiembre le dice setiembre
y a lo cachimbón le dice macanudo.
Está hecha de mate amargo y sueños migrantes.

Sábado primaveral
en la solitaria y blanca playa de Atlántida.
Sol calentito,
millardos de ondinas danzan en las olas que acarician la arena,
nuevamente el arado esta hincado en el surco de colores;
pan, miel, leche.
Veo el profundo horizonte del río que parece mar de plata
suavemente le pregunto ¿Y ahora que vendrá…?
Espero en el silencio una respuesta.
Una brisa suave acaricia mi rostro,
el graznido de una gaviota surca el cielo
y un pequeño cangrejo juguetea entre las olas en la orilla
…fue entonces que lo comprendí.




6 comentarios:

  1. Un abrazo amigo. Un gusto pasar por aquí. Ya me queda registrado tu Blog.

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    Respuestas
    1. Saludos Carlos, vamos arriba Perú. Que viva la Literatura.

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  2. Felicidades mi hermano, te toco partir, pero si es cierto el dicho que nadie es profeta en su tierra, seguro estoy que el exito te abrazará en tierras lejanas.

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Gracias por sus aportes

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