El tiempo es un eterno
retorno a nosotros mismos.
Todo lo que sube, debe
bajar,
toda la abundancia, debe
convertirse en carestía y viceversa;
así funciona el mundo.
Todos somos viajeros,
algunos acaban de bajar
de la escalinata,
que los conduce hacia la
eterna lucha de las contradicciones;
otros están muy cercanos
a terminar el viaje
para luego abordar el
tren hacía el infinito.
Cada quien lleva su
propio cargamento de tesoros y despojos.
Ayer en el suelo de mis
ancestros
forjé el arado y dibujé
surcos de colores,
en los vientres fértiles sembré
mí esperanza fecunda.
En la hazaña de la vida
fui fusil rebelde,
un sueño construido de
espejos con brillo;
fui martillo, forja y
acero,
constructor de un sendero
que me llevó a la
definición de inconclusos derroteros.
La patria para todos,
se convirtió en una
amalgama de dolor
y esperanzas retorcidas
en barrigas cundidas de gritos.
Vi ríos inagotables de
sangre,
la bala que atravesó el
pecho
y el machete que cercenó
las manos.
Oí las vociferaciones de
los enanos,
subidos en los zancos del
fraude.
Los símbolos del
patriotismo
olían a carne podrida.
Se elevó la feroz
tormenta,
el arado aún estaba
hincado en el surco,
pan, miel, leche.
Pero nadie pudo detener el
grito del desconsuelo
que con brutal violencia
tocó a la puerta,
dolor, dolor, dolor,
entonces el desconcierto
se convirtió en un huésped,
y escuche al ángel de la
muerte,
que balbuceando me dijo - aún hay tiempo.
Todo era escombros.
Entonces alcé la vista hacia
el lejano horizonte y
empaqué los sueños.
La amada mujer que pario
mi prole,
en silencio esperaba la
respuesta.
Sin vacilar, tomé con
fuerza la mano del más pequeño,
he iniciamos el éxodo,
hacia la incertidumbre del destierro.
6300 kilómetros después
llegamos a la patria del
general Artigas.
Boulevard Artigas,
plaza Artigas,
calle Artigas,
estación Artigas,
escuela Artigas,
departamento de Artigas.
En el tropezoso
desembarco
volvimos hacia atrás y solamente se veían arder las naves.
Las manos estaban vacías.
En medio de la desolación
un coronel artiguista
llegó al encuentro,
sonrisa profundamente
fraterna,
brazo fuertemente
solidario.
Seguidamente el verbo de
la esperanza
se materializó en muchas
manos abundantes de amor.
La patria del general
Artigas
tiene olor a frambuesas,
sabe a dulce de leche,
como adolescente
caprichosa
llora a cantaros,
luego se calienta
y sin previo aviso, se
vuelve fría
hasta paralizar los
huesos.
Aunque habla español,
al desvergue, le dice
quilombo,
al cipote le dice guris,
a septiembre le dice setiembre
y a lo cachimbón le dice
macanudo.
Está hecha de mate amargo
y sueños migrantes.
Sábado primaveral
en la solitaria y blanca playa
de Atlántida.
Sol calentito,
millardos de ondinas
danzan en las olas que acarician la arena,
nuevamente el arado esta
hincado en el surco de colores;
pan, miel, leche.
Veo el profundo horizonte
del río que parece mar de plata
suavemente le pregunto ¿Y
ahora que vendrá…?
Espero en el silencio una
respuesta.
Una brisa suave acaricia
mi rostro,
el graznido de una
gaviota surca el cielo
y un pequeño cangrejo
juguetea entre las olas en la orilla
…fue entonces que lo comprendí.
Excelente, amigazo, excelente.
ResponderEliminarAbrazos fraternos Eduardo.
EliminarUn abrazo amigo. Un gusto pasar por aquí. Ya me queda registrado tu Blog.
ResponderEliminarSaludos Carlos, vamos arriba Perú. Que viva la Literatura.
EliminarFelicidades mi hermano, te toco partir, pero si es cierto el dicho que nadie es profeta en su tierra, seguro estoy que el exito te abrazará en tierras lejanas.
ResponderEliminarGracias por tus deseos mi buen amigo.
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