EPILOGO
Los
sádicos criminales que intelectual y directamente, conformaron los escuadrones
de la muerte, aun no han sido juzgados; y algunos de ellos como el caso de
Roberto D’Abuisson Arrieta es considerados por los poderosos grupos
oligárquicos, y su principal partido de derecha, un símbolo de la defensa de sus encarnecidos
intereses. Por ello no han dudado en levantarle monumentos y promover la imagen
y su falso nacionalismo; manteniendo una organizada estrategia que detiene todo
intento legal para declararlo un infame asesino. Los responsables que
financiaron a los grupos de los energúmenos sicarios, duermen tranquilamente, y
sin remordimiento dan el beso de buenas noches a sus nietos. La cultura del
terror de Estado de la que fueron responsables en las turbulentas décadas de
los 70 y 80 ahora es un molestoso asunto del pasado que solamente les generan
expectativas de incertidumbre cuando los medios de comunicación levantan olas
noticiosas sobre juicios y condenas a altos ex funcionarios del ejército por
tribunales extranjeros; pues el Salvador es el único paraíso de impunidad que
les resguarda de ser llevados ante los tribunales de justicia a responder por
los miles de asesinados y desaparecidos.
A
principios de la segunda década del siglo XXI El pueblo salvadoreño, enfrenta
nuevamente otra envestida virolenta sin precedentes, en la que el crimen
organizado y el narcotráfico como producto natural de todo el proceso de
descomposición que sufrió el país durante la guerra, ha logrado penetrar la
institucionalidad del Estado y mantiene en jaque todo intento represivo para
lograr frenar la avanzada del terror que
golpea directamente a los pobres de siempre. La sociedad se encuentra
paralizada por el miedo generalizado y el sendero histórico cubierto de
cadáveres.
La
cultura del terror producto de los poderes facticos y las bandas de criminales
que han tenido su escenario en las diferentes coyunturas de la historia de la
nación han sido absorbidas por su propia onda expansiva. El pueblo Salvadoreño
los ha enfrentado con heroísmo y dignidad y es innegable que en un punto sin
retorno este sufrido pueblo, dejara el miedo y tendrá que enfrentarse nuevamente
con los viejos antagonismos que subyacen en las convulsiones del presente.
Entonces veremos cómo se demuelen monumentos de la vergüenza y se instaura un
proceso de verdadera reconciliación de toda la nación. Monseñor Oscar Arnulfo
Romero, lo enfatizo en las siguientes palabras:
"Hacemos
un llamado a la cordura y la reflexión. Nuestro país no puede seguir así. Hay
que superar la indiferencia entre muchos que se colocan como meros espectadores
ante la terrible situación, sobre todo en el campo. Hay que combatir el egoísmo
que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los
demás. Hay que volver a encontrar la profunda verdad evangélica de que debemos
servir a las mayorías pobres" (Homilía dominical, 2 de abril de 1978)
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